Os dejo el prólogo que tan amablemente escribió para mi
novela el psicoterapeuta y profesor, Pedro Jara Vera, y que no pudo acompañar a
ninguna de las dos ediciones que se han hecho de “El sembrador de sueños”,
porque así lo consideró la editorial. Asimismo, os dejo una carta de Pedro, que
recibí tras la publicación de la novela, ofreciéndome el prólogo para que
hiciese el uso que considerase. Y como lo creo de justicia, lo comparto con
todos vosotros.
PRÓLOGO
¿Cuántas personas, ajenas a su
propia naturaleza y a la sencilla realidad de las cosas, buscan eterna y
ansiosamente la seguridad y el amor para sus vidas? Suelen ser tristemente como
aquel pez que tenía sed, ignorante de que estaba rodeado de agua; o como aquel
otro que nadaba buscando ansiosa y anhelantemente el océano, sin saber que ya
estaba rodeado de océano, que él mismo era de hecho parte del océano. Según un
antiguo cuento himalayo, había en un monasterio un discípulo que siempre estaba
pensando y enredándose en cuestiones filosóficas. Se pasaba los días
especulando sobre doctrinas esotéricas y afanándose por encontrar métodos
secretos y verdades sobrenaturales. Absorto en estas disquisiciones, no podía
llevar a cabo con la diligencia necesaria las labores domésticas del
monasterio. Un día acudió a visitar al abad y le preguntó:
—Pero ¿qué es la verdad, venerado
maestro?
—Simple y llanamente, la vida de
cada día —contestó el abad.
Desilusionado, el discípulo
protestó:
—En la vida de cada día lo único
que veo es eso: la vida vulgar y corriente de cada día, pero la verdad no la
veo por lado alguno.
Sonriendo, el abad dijo:
—Esa es la diferencia: que unos la
ven y otros no. Y ahora deja de holgazanear y ve a lavar los cacharros.
Del mismo modo, para Adela
(nuestra protagonista) los sueños empezaron siendo, como suelen serlo para
tantas personas, una forma de escapar de la realidad, una droga psicológica, una
variante de lo que considero uno de los grandes males del hombre: la adicción
al pensamiento, una forma peligrosa de tener momentos de efímero y a menudo
peligroso placer… o de ausencia de dolor. Afortunadamente, Adela encontró lo
necesario para que sus sueños se transformaran en un vehículo para la
felicidad, una manera de vivir la realidad del presente con más implicación y
sabiduría. Creo que de este tipo son los sueños que realmente vale la pena
soñar. Goethe dijo: no sueñes sueños
pequeños, ya que ellos no tienen el poder de mover el corazón de las personas.
Este libro da la venia para añadir una aparente paradoja: no sueñes sueños que
no estén al mejor servicio de la realidad, de la verdad y de la sencillez
intrínseca de la vida.
El sembrador de sueños nos invita a soñar y María José ha
conseguido que tenga el poder de mover el corazón, no solamente por la
frescura, sencillez y elegancia literaria que el texto destila en cada párrafo,
sino también porque nos ayuda a conectarnos mejor con nosotros mismos, con
nuestra propia y sabia naturaleza olvidada en los abismos del miedo. Encuentro
además en la esencia de esta obra un mensaje tan sencillo como profundo y
olvidado –una vez más-: lo más importante no es cómo te está tratando la vida,
sino cómo la estás tratando tú a ella. Tras su lectura queda revelado que los
problemas no son sino discrepancias con la vida. La vida sólo trae
circunstancias, es la mente la que crea problemas. Del mismo modo que la
comodidad no es una cualidad intrínseca del asiento en que te encuentras, sino
de la relación de tu cuerpo con él, la felicidad no es una cualidad de la vida,
sino de la relación de tu mente con ella. Sin embargo, la mayoría de la gente
dedica mucha más energía a pensar cómo “deberían” ser las cosas y cómo “deben”
ser los demás, que a comprender y aceptar cómo son de hecho.
En uno de los cuentos narrados por
Anthony de Mello el discípulo preguntaba al maestro: “¿para qué necesitamos un
maestro?”, y la respuesta fue: “para qué podáis llegar a daros cuenta de que no
necesitáis a ningún maestro”. El
sembrador de sueños también es un ejemplo de lo que significa escuchar con
sensibilidad al propio cuerpo y a la propiamente para convertirte en tu propio
y mejor maestro.
Como psicoterapeuta, creo que todo
sufrimiento es en el fondo un vacío de amor. Y creo que lo opuesto del amor no
es el odio, sino el miedo. ¿Qué tipo de malos sentimientos y hasta enfermedades
no pueden derivarse de las expresiones e implicaciones más o menos aparentes del
miedo? Esto es ahora muy relevante para el lector, porque tiene entre sus manos
una bella medicina para su miedo, un estímulo para llenar sus vacíos de amor
empezando por su propio pensamiento y comprensión, una forma de sentirse
acompañado y entendido en sus propias dudas y frustraciones, y de sentirse
estimulado hacia el desarrollo de una conciencia más despierta y tranquila.
Cuando las palabras bien
construidas son además fieles a la verdad estamos ante algo en verdad bello. Permíteme, María José, que a través del púlpito
público de estas páginas te exprese mi agradecimiento por confiarme esta
presentación. Pero permíteme también decirte que me siento orgulloso de que tu
evolución te haya permitido construir y compartir esta belleza para que se extienda más allá de tu propio
corazón.
Pedro Jara Vera
Psicoterapeuta
Profesor de Psicología de la
Universidad de Murcia
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