“Donde aguarda la luz”, es un poemario que se ha gestado a
lo largo de varios años, en el que casi todos los poemas que lo componen tienen
un significado muy especial para mí, bien porque han sido galardonados en
diversos certámenes literarios, bien por determinadas connotaciones personales.
Cuando dije en mi entorno que iba a sacar un libro de
poemas, los comentarios más habituales fueron: pero ¿por qué no sigues con la
novela o el relato? La poesía no interesa mucho, se lee poco.
Y en esto último es posible que lleven razón, por una
cuestión primordial: porque no hay educación lectora de poesía. De niños nos
leen cuentos, pero no poemas. La poesía se suele descubrir en el instituto y
llega por obligación. Y ya se sabe, todo lo impuesto se tiende a rechazar. Yo
tuve la gran suerte de escuchar a mi padre recitar a los poetas franceses en su
lengua vernácula: Boudelaire, Verlaine, Rimbaud, Victor Hugo…; a los románticos
españoles (Bécquer, Rosalía de Castro) e ingleses (Lord Byron, William Blake).
La poesía de Miguel Hernández o García Lorca me la descubrió incluso antes que
en el instituto, o a poetas que por entonces no eran objeto de estudio, como
Blas de Otero o Gil de Biedma, que por cierto uno de sus poemas “El juego de
hacer versos” me inspiró otro de mis poemarios “MecCano poético”. De esta
manera fomentó mi gusto por leer poesía. Y, supongo, que por escribirla
también, ya que hay un poema que ha marcado un antes y un después en cuanto a
mi creación poética, el dedicado, precisamente, a mi padre tras su inesperada y
repentina muerte, que lleva por título “Toda tu ausencia”(Hoy ha hecho Dios / que toda tu ausencia sea mía).
Por aquella época yo estudiaba COU y lo guardé entre las
páginas del libro de texto de historia. Años más tarde, cuando mi hija estaba
en el instituto me pidió ayuda con unos temas de dicha asignatura, y entonces
recordé que guardaba unos esquemas estupendos dentro de aquel libro. Al
sacarlos, mezclado entre ellos, estaba este poema. Ese encuentro fortuito con
mi temprana afición por dejar plasmados mis sentimientos en un papel, me animó
a seguir escribiendo poesía y no tirar u olvidar todo lo que escribía, sino a
guardar, a dejar reposar, para luego más tarde volver a ellos, trabajarlos,
desecharlos definitivamente o salvar algún verso o alguna estrofa. Por supuesto
va incluido en este libro, como no podía ser de otra manera. Y además, es el
único poema que no ha sufrido transformación alguna, porque me pareció
importante respetar la frescura del momento. Por tanto, está tal y como lo
escribí, e incluso respeté los versos de Bécquer que lo encabeza, un poeta al
que, también, leía bastante por aquella época; quizás porque el último regalo
de mi padre fue un ejemplar de sus "Rimas y leyendas", que conservo con mucho
cariño en mi biblioteca.
Dar título a un poemario tampoco es sencillo pues, bajo mi
punto de vista, debe estar en consonancia con los poemas que lo integran, que a
su vez han de tener un nexo en común y que además intrigue un poco al lector y
le anime a sumergirse en él. Me preguntan mucho, sobre todo, por el verbo
utilizado: “aguardar”. Lo elegí porque aparte de que me parece un vocablo muy
poético, por añadidura viene implícita, en su significado, la esencia de todo
el poemario; y no sólo por el que le da la RAE (creer que llegará o sucederá
algo o tener la esperanza de ello), sino por la matización que sobre “aguardar”
hace Laín Entralgo: “la espera de algo muy concreto y determinado, cuyo posible
advenimiento a la vida del esperante ha sido expresamente proyectado por él”. Proyectado
por él, esto me pareció determinante para usarlo.
En este recorrido por las luces y las sombras que nos
habitan a todos intento que los lectores puedan identificarse fácilmente, al
tratarse de sentimientos universales. Que se implique en la lectura de mis
poemas a través de su propia sensibilidad, de sus propios paisajes personales;
porque creo que es lo que hace que cada lector perciba el poema con ciertos
matices que le hace único. Por todo ello, también, he procurado huir de todo
artificio innecesario en cuanto al lenguaje. Hacer una poesía clara, sincera y
directa, de lectura cómoda y amena.
En las páginas iniciales del libro encontrarán unos versos,
que bien podrían servir de introducción al poemario, por lo que en sí
transmiten. Se trata del poeta galés Dylan Thomas, de su poema “La luz irrumpe
donde ningún sol brilla” y del granadino Luis Rosales, sacado de su poema
narrativo “La casa encendida”, donde nos recuerda que “la palabra del alma es
la memoria,/ la memoria del alma es la esperanza.
Sin memoria, sin recuerdos, no seríamos nada. La memoria es
la maleta que vamos llenando a lo largo de nuestras vidas con todo tipo de
experiencias, que con el paso del tiempo se van convirtiendo en recuerdos. Pero
sucede que, a veces, nos olvidamos de algunos o nuestro sabio subconsciente los
destierra a algún rincón por diversos motivos. Yo los llamo “Recuerdos sin
etiquetar” (Presiento que te has quedado/ rezagado detrás de mi memoria).
Las pérdidas siempre son duras, ingratas e injustas. La
muerte que nos priva del ser querido es una de ellas, pero hay otras pérdidas
no menos dolorosas: cuando llega el desamor, por ejemplo o la enfermedad.
Para
mí una de las pérdidas irreparables, es sin duda la de la salud, pues cuando se
extiende en el tiempo y se hace irreversible nos aboca, en muchas ocasiones, al
desaliento, pero yo apuesto por dejarle la puerta siempre abierta a la
esperanza. No a la esperanza de un milagro entendido como hecho no explicable
atribuido a Dios, no, sino como la proyección de nuestra fuerza de superación
utilizada, si no para vencerla, sí para aprender a convivir con ella: un sabor de
esperanza moja mis labios/ y la tristeza asida a mi garganta/ va cediendo paso
a la confianza/ de que esta tristeza que siento/ es demasiado grande para una
sola vida, declaro en el poema “Encadenada”.
El amor en todas sus facetas se haya presente como sentimiento
imprescindible. Desde el novedoso y único, como el nacimiento de un hijo (De mi vientre rebosado/ llegaste a mí como la lluvia/ llega hasta la tierra);
el romance platónico entre la noche y la luna (Mi cuerpo endrino de azabche vestiré/ para acariciar tus mejillas blancas/); la pasión desbordada (Abierta queda mi estancia mas preciada/ a la invasión poderosa de tu ansia sin límite); o el amor
sereno de "versos necesarios" (Eres la hierba que crece sobre todo/ donde la aurora va forjando el día).
La amistad no podía faltar en este recorrido por la
geografía de los sentimientos. Un afecto puro y desinteresado como el que me
regalan un reducido grupo de amigos desde hace ya más de 25 años. Su diálogo
silencioso, ha sido mucho más elocuente que todas las frases de consuelo que se
puedan decir en los momentos difíciles que, por desgracia, han sido bastantes:
La amistad es el alimento/ que nutre la indigencia/ de los corazones
necesitados;/ un pañuelo amplio/ donde enjugar el desasosiego;/ la luz que
ilumina/ el pozo de la adversidad/ cuando nos hundimos/ en sus negras aguas;/ un
calendario/ que no acaba en Diciembre;/ diálogo de palabras mudas/ o una caja
de bombones compartida.
Algunos de los poemas los acompaño de dibujos relacionados con la esencia de los mismos, surgidos de la inspiración del momento y realizados con trazos simples.
© María José
Sánchez Vázquez
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